martes, 30 de julio de 2013

Eternas fugaces



Eternas fugaces
Exposición de fotografía
Galería Báculo (C/ Pelayo, 76. Madrid)
Del 27 de septiembre al 31 de octubre de 2007

Es un instante. Tan fugaz como una mirada esquiva. Tan sutil que sólo ahí y en ese momento existe. Y, sin embargo, está siempre con nosotros. Caminamos de un lugar a otro saturados de estímulos y nos perdemos muchos momentos de pausa, algunas pausas de reflexión. Pasamos
sin percibir esos frágiles rincones donde la belleza se presenta tan rápido como desaparece.
Una mirada hacia lo alto se topa un día con los perfiles de la ciudad recortando un paisaje de nubes eternas y pasajeras, fugaces y permanentes, ausentes y presentes.
Las eternas fugaces que colorean nuestros estados de ánimo, que dan forma cambiante a la
imaginación y a los sueños, son una invitación a ralentizar el ritmo, a observar desde fuera hacia adentro, a congelar la belleza en la fugacidad de un momento.
Javier Herrero


De izquierda a derecha: Eternas fugaces 1 / Eternas fugaces 16
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Amalia García Rubí  
Reseña sobre la exposición Eternas Fugaces

        Queridas Ideas
          que rayáis mi cielo gris con vuestras alas de fuego
       y cuyo viento acaricia mis sienes obsesas,
            ¡vosotras podéis volver volando hacia el Infinito azul!

                                                                                      Paul Verlaine

Eternas Fugaces. Un título más que apropiado para encabezar esta exposición dotada del tono poético justo e hilvanada a la perfección de principio a fin. Comenzando por ese lance inicial de términos antitéticos, con el que su autor, el madrileño Javier Herrero, nos zambulle en una suerte de agitada calma desde la primera hasta la última imagen. Bellísima selección de sus últimas fotografías digitales tomadas a pie de calle y que, de nuevo siguiendo un curioso significado paradójico, nos invitan a alzar el vuelo hasta las mismas nubes, dejando atrás, o mejor dicho, abajo, en los infiernos de la vida cotidiana, la parte oscura de ese comúnmente llamado bullicio urbano, al que Javier Herrero no parece prestar ninguna atención. De Madrid, el cielo. No sobraría aquí el tópico velazqueño, aunque sólo en un sentido interjectivo, pues a lo largo de esa estadía perdurable en la que se ha detenido temporalmente la cámara de Javier Herrero existe otra querencia que supera la sola intención de recrearse en el paisaje. El cielo y sus cirros incendiarios, los vertiginosos contrastes entre arquitecturas y atmósferas siempre agitadas sumidas en extrañas luces fantasmales provocadas por el atardecer madrileño, se nos revelan aquí como la culminación extática de un viaje visual casi imposible. Una mirada forzada en su oblicuidad hacia realidades sólo intuidas, semiocultas aunque no del todo inaccesibles, a pesar de su fragmentación.
Es precisamente esa verdad a medias la que asoma en cada imagen de esta serie fotográfica, negando la idea de representación total e incidiendo en los efectos reales de nuestra naturaleza perceptiva, más cercana a lo desmesurado, lo informe o lo zigzagueante. Al mismo tiempo, esa especie de intención críptica que se respira en la obra de Javier Herrero amplifica de manera extraordinaria la sensación de ausencia que sin duda nos inquieta. El espacio dado se transforma entonces en lugar desconocido, en vacío desasosegante portador de una fuerza y una belleza novedosas, diferentes.
Las siluetas de edificios teñidos de rojos crepusculares o sumidos en la negrura de las sombras a contraluz, se nos aparecen como la cúspide de un mundo finito, como el último bastión detrás del cual sólo cabe el inevitable salto hacia la nada. Es este sentimiento de deseo y al mismo tiempo de temor por descubrir aquello que está oculto o no se halla desvelado del todo en su turbulenta belleza, el que mejor define la esencia de un misterio cercano a la incertidumbre de lo siniestro, del cual la obra no puede desprenderse a sabiendas de perder la inherencia de su propia estética, de su carácter artístico primordial. En consecuencia, lo siniestro debe estar velado, no puede ser desvelado. Es a la vez cifra y fuente de poder de la obra artística, cifra de su magia y fascinación, fuente de su capacidad de sugestión y de arrebato (1). Una vez superada la idea de lo bello como la perfecta armonía de las partes con el todo, gracias a la crítica del juicio estético preconizada por Kant, el arte cobra significados que van más allá de toda doctrina de lo finito y se adentra de lleno, así ocurre en las fotografías de Javier Herrero, en la categoría romántica de lo sublime. A ello sigue una primera reflexión sobre la propia insignificancia e impotencia del sujeto ante el objeto de magnitud no mensurable (2). El efecto inconmensurable latente en las creaciones de nuestro artista y que a menudo no tiene que ver con el tamaño de las cosas aparecidas sino con la riqueza cósmica o microcósmica que encierran (3), proporciona la clave para entender la inutilidad del empeño humano por abarcar y acotarlo todo. La realidad y su disfrute es más bien una secuencia de pequeños sucesos efímeros e inconexos, tan sólo perdurables en nuestra memoria artística.
Por último, existe un aspecto que me parece importante señalar en los trabajos recientes de Javier Herrero, directamente relacionado con lo que pudiera ser el motivo o tema de la representación. El elemento constructivo, ya sea escultórico o edificado, adquiere una relevancia contextual fundamental dentro de la composición fotográfica, cuya trascendencia, nuevamente, supera la mera captación visual para sumergirnos en un universo silente y deshabitado. A través de todo ello, el artista ofrece sus propios guiños en torno al arte clásico desde un enfoque no exento de ingenio y agudeza simbolista, cuya fuente de inspiración cuasi onírica podría muy bien remontarse a la interpretación que De Chirico dio a la ciudad en general y a la arquitectura clásica en particular: En la construcción de las ciudades, en la forma arquitectónica de las casas, plazas y de los paisajes públicos se encuentran las bases de una estética metafísica (4).
La intención de Javier Herrero a la hora de no desvelar las señas de identidad del espacio urbano elegido al azar para convertirlo en lugar de extrañamiento más allá de su concreción geográfica o, si se me permite, en realidad ontológica suprarreal, se nos antoja un generoso gesto mediante el cual el artista, lejos de dirigir el pensamiento de quien observa, le presta sus propias alas para invitarle a imaginar otros ámbitos donde el juego de miradas, anécdotas y contrastes dan cabida a multitud de experiencias en torno a la imagen creada. Crear a partir de un referente sin someterse a leyes prefijadas que de él se puedan desprender, exige una óptica abierta a lo ilimitado, pero a su vez conlleva esfuerzos técnicos y teóricos bien asentados y guiados por rigurosas pautas de trabajo.
Eternas Fugaces podrían ser simplemente momentos fugaces e irrepetibles plasmados sobre el papel como pleonasmos de una pequeña historia inconclusa.Metáforas o no de un determinado paisaje ciudadano, poco importa.Me quedo, sin pensarlo, con la serena vivacidad de las secuencias captadas en disparos precisos, ausentes de toda distracción humana. Antes que la impresión naturalista, me seduce de estas obras la singular acción del sujeto, su personalidad impresa en cada ángulo elegido, en cada perspectiva tomada, en cada detalle manipulado; y en ese proceso creativo magníficamente trabado se hace asimismo plausible la capacidad del autor para borrar fronteras artísticas, integrando en su obra la plasticidad del color y la precisión formal de la fotografía, la eternidad de lo clásico y la transitoriedad de lo entendido como moderno, aunando lenguajes, soportes e ideas que van de la ratificación de ciertas herramientas tradicionales hasta la natural asunción de las más avanzadas tecnologías. Pero sobre todo aplaudo el coraje de Javier Herrero, su valentía nada autocomplaciente a la hora de arriesgar en cada nuevo proyecto emprendido, siempre con la certeza de encontrar otros caminos por descubrir.
Amalia García Rubí (Historiadora y crítica de Arte)
Notas:
1 Eugenio Trías. Lo bello y lo siniestro. Debolsillo, Barcelona 2006, p. 33.
2 Ibídem, p. 38.
3 A este respecto ver la serie fotográfica de Javier Herrero Bajo la corteza, un mundo. 2006.
4 Giorgio De Chirico. Sobre el Arte Metafísico y otros escritos. Colección de Arquitectura 23.
Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos Técnicos.Murcia 1990, p.43

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